jueves, 19 de octubre de 2006

Sospecho que estoy un poco obsesionada, porque

hoy he vuelto a soñar con cigarrillos. Noche cerrada. Estaba subiendo a la última planta de una casa con almenas en un ascensor de hierro forjado cuando he empezado a deslizarme por Paseo de Gracia en la misma caja del ascensor, ahora en horizontal y sin techo, como una vagoneta minera pero con calados. Como no había conductor, ni caballos, ni nada, sólo yo al frente, he temido llevarme por delante a unos cuantos hombres y mujeres vestidos con túnicas blancas que veía al final de la calle. He deducido que debía ser la Mercé, o Todos los Santos, o alguna fiesta ciudadana de esas en las que nunca participo, y los de la túnica componentes de una agrupación lúdica, o así. Total, que la caja de hierro forjado, pesadísima, ha frenado suavemente delante de sus narices. Varios fumaban. Una mujer de pelo rizado, casi como Harpo Marx, se ha apoyado en la caja mientras daba caladas a un piti y, algo pesarosa, me ha explicado que quería dejar el tabaco pero le resultaba difícil. Yo, ligeramente alucinada aún por no habérles arrollado, asentía con simpatía hacia ella y el resto, que me miraba de reojo. En ese momento, no me preguntes porqué, he empezado a intuir que el grupo de las túnicas pretendía asesinarme.

Moraleja: No leer las crónicas de Richard sobre el festival de cine fantastico de Sitges antes de ir a dormir.

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