jueves, 12 de septiembre de 2013

Ser mujer, rubia y catalana no es una buena

combinación en estos tiempos que corren por encima de nosotros.

De niña no entendía porqué debía ceñirme a ciertas actitudes sólo por el hecho de ser mujer (pon la mesa, no te cuelgues de los camiones de reparto del butano con los patines... ).

Mi melena rubia no mejoraba las cosas; tenía que insistir mucho para que no me tomaran por rara cuando abría la boca solo por no pensar como el resto (se le llama inteligencia creativa). Salir de la mediocridad nunca ha estado bien visto.

Nacer en Cataluña, en mi caso, sí fue una elección. No mía sino de mi madre, madrileña. Si hubiera sido por mi padre, catalán de tercera generación, podría tener doble nacionalidad argentina, mexicana o habría nacido en Madrid, ciudad de sus amores y de los míos. Cosas de la vida.

Ahora vuelvo a sentirme tan indefensa y asqueada como cuando defendía mi derecho a ser, sin etiquetas ni cortapisas. Resulta que el pueblo catalán, los catalanes, la ciudadanía, así, englobándonos a todos, celebramos el éxito de la manifestación de ayer con motivo de la fiesta mayor de Cataluña. Pues mirad, no es así: los que decís esto mentís como bellacos, tanto los medios de comunicación públicos de mi autonomía, pagados por todos y manipulados por unos pocos (CiU, ERC), como la asociación que organizó el tangay de ayer, subvencionada con el dinero de todos (no sólo de los independentistas), como los aprovechados que se están subiendo al carro como el que apuesta todo al rojo, tomando el camino fácil.

La independencia de Cataluña, además de "muy siglo XIX" me parece la peor idea que se pueda tener para organizar un territorio, porque sale de la víscera y de la manipulación política. Respeto la idea, porque soy así de natural, pero exijo que los salva-patrias no me incluyan en el paquete como una pieza más de la propaganda, porque aquí somos pocos, nos conocemos todos y sabemos de qué pie calza cada uno.