viernes, 20 de marzo de 2020

Coronavid-19 (HOY ES MI CUMPLE), séptimo día de aislamiento

Que no es porque hoy sea mi cumpleaños o el Día internacional de la felicidad, pero estoy contenta. Quizá no debería porque pintan bastos tanto en lo laboral –nunca se sabe lo que pasa por la cabeza de la dirección– como por la salud –no sé hasta cuando van a aplazar la operación bariátrica–.
Hala, ya he llegado a los 57. Ya he superado a mi abuela materna. He llegado hasta aquí a fuerza de no morirme, no tiene mérito, aunque prometo desconocer qué pasó entre mis 16 y ahora. O mis 28. O mis 34. Hay fechas que marcan, 57 años no son para tirar cohetes, sinceramente y tampoco es una edad especial. Solo son 57. Si muriera hoy dirían "qué joven, pobre". Pero si unas treintañeras hablan de su familia, yo podría ser una de sus madres. Para cualquier enano de 15 o de 12 soy lo más cercano a una abuela que podrían imaginar paseando por la calle. Y para mis amigas peludas, Coco, Lía y Clooney, soy una más. Por eso las amo.
¡Disfruta del día! no siempre cumplo 57.
(Una semana de confinamiento y estoy más feliz que una perdiz).

martes, 17 de marzo de 2020

Coronavid-19: cuarto día de aislamiento

A mi me gusta quedarme en casa. El aislamiento no me representa ningún problema y leyendo chats de whatsapps puedo ver claramente a los amigos, conocidos y saludados que quieren verme a todas horas. Somos gregarios. Bueno, en realidad son gregarias las otras personas, yo menos, mucho menos.

Paseábamos Coco y yo esta mañana y me he cruzado con una mujer con mascarilla que me ha parado para preguntarme dónde estaba el hospital del barrio. Para indicarle mejor le he preguntado a qué parte iba: le han llamado para hacerse la prueba. Se me ha encogido el corazón. Mujer, migrante, caminaba para ahorrar un billete de bus. He vuelto a casa sintiéndome rica y miserable a la vez.

domingo, 15 de marzo de 2020

Estamos confinados en casa casi todos por lo del coronavid19,

pero anoche, paseando a Coco, vi a dos personas envueltas en mantas durmiendo dentro de uno de los pocos bancos que aún permiten la entrada de noche, seguramente porque no tengan instalado un cajero automático en la calle.
Ellos me hicieron pensar —ya, no lo hice antes, soy una humana normal tirando a simple— en la cantidad de personas, que como estas que dormían casi al raso porque no tienen casa donde confinarse, en las mujeres víctimas de violencia de género que no podrán alejarse de su agresor ni para respirar en la calle, en las personas que viven realquiladas en  habitaciones minúsculas, a veces solos, a veces una pareja con dos hijos, que quizá no puedan circular por el resto de la vivienda con libertad. Hay tantos casos tremendos que me siento una privilegiada. Vivo en 37 metros cuadrados, pero sola. Tengo luz desde que sale el sol hasta que se pone. Me esperan más de 200 libros en mi ereader, mi conexión a internet es buena y mi perra y mis dos gatas me hacen la vida agradable solo con mirarlas. He podido llenar la nevera, al contrario de tantas personas que deambulan por comedores sociales y para los que un día de fiesta les supone organizarse con tiempo para no quedarse sin comer cuando todo está cerrado.
Por mi parte, trataré de quejarme poco o nada. Y si me quejo, volveré a leer este magnífico artículo de Antonio Maestre, Empatía en la cuarentena, que debe haber pensado lo mismo que yo, aunque seguramente a él no le haya hecho falta sacar a su perro a pasear para pensar en grande.