miércoles, 14 de junio de 2006

La boda de Julia y el estatuto de Catalunya

quizá no tengan demasiado que ver entre sí, pero ambos me coinciden la misma semana, y aún pasan más cosas que no voy a enumerar, por una mezcla de pudor y pereza.
Creo que este frenesí de actividad a mediados de junio tiene que ver con el veranito que está a punto de estallarnos en las narices. Todos tenemos ganas de exteriorizar algo, lo que sea con tal de que se nos oiga. A l'estiu, tota cuca viu ¿no es así el dicho?
Empezando por la boda de Julita, el viernes nos casamos (plural mayestático, porque casarse, casars
e, se casa con Aída), compartimos almuerzo de celebración, nos vamos a casa, hacemos el equipaje y subimos en pandilla reducida (ocho, diez...) a una casa de colonias en algún punto del campo, donde el sábado se celebrará la fiesta que espera media Barcelona. Viernes de blanco, sábado de negro. Y en lo mejor del bodorrio, lo dejo todo y regreso a Barcelona para estar el domingo, despierta y puntual, a las 8 de la mañana en un colegio electoral, dispuesta a intervenir (¿o interventorar?) Lo mejor será no bajar el grado de alcohol en sangre hasta la noche, que empalmaré con la celebración de la victoria por el "sí" (se llama "precognición", por si a alguien se le había ocurrido definir la última frase con un adjetivo inapropiado...) Prometo contar la boda si sobrevivo al centenar de invitados, a los hijos que lleven con ellos y a todas las actividades que mi amiga habrá programado para que nos entretengamos. Igual el viernes meto el Cardhú en el equipaje. Igual sí.

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