viernes, 14 de septiembre de 2007

La culpa de este texto texto la tiene Carme, que fue

la que empezó con una entrada sobre el inicio de curso. Estaba escribiendo un comentario en su bloc cuando me he dado cuenta que era tan largo que casi mejor lo subía al mío. Sí, esta es otra entrada más sobre septiembre y su significado biológico - histórico - cabalistico de marras.


Septiembre nunca me ha gustado, con permiso de mis amigas Virgo.
Desde finales de junio hasta mediados de septiembre, una servidora felizmente se asilvestraba

a) en mi calle y aledañas,

b) en el jardín de la casa de la playa de unos tíos míos,
c) en una combinación de A+B, con breve parada entre A y B y entre B a A para vomitar en algún punto de las curvas de l'Ordal.

Un día de septiembre, alrededor del 15, me arrancaban de la vida para enterrarme en el cole ¡hasta el próximo junio! Como buen ente precoz, empezaba con los sudores fríos el primer día del aciago mes. ¡Para qué aparcar el sufrimiento hasta empezar el cole!


Y no es que me fuera mal, no. Mi nota más baja era notable.
Muchos amigos de la calle también eran amigos del colegio. Los profes se alegraban de verme y estrenaba zapatos, regla, libretas, libros, bata (a cuadritos rosa y blanco, abrochada a la espalda). El año que había suerte hasta era yo la que cedía graciosa y selectivamente mi flamante Milán Nata para que otros la olieran, primero los allegados, pero no mucho porque ese aroma indefinido se iba si aspirabas muy fuerte ("¡dame, que me vas a gastar el olor!"). Al menos, esa era la leyenda.

En fin, fui una niña corriente, con extrema facilidad para hacer amigos y sin problemas de aprendizaje, solo que me aburría tanto como cualquier otro superdotado en un colegio no preparado para criaturas extrañas. Mi primer día a los 4 años duró 6 horas en las que no dejé de llorar clamando por mi mamá; enseguida supe que aquello no estaba hecho para mi. Pero también fui una niña práctica. Sabía que hasta que mis padres murieran, o hasta cumplir los 18, ambas remotas
alternativas, no podía escapar, así que trataba de pasarlo lo mejor posible.

Durante la hora del patio seguíamos practicando exóticas salvajadas veraniegas, algunas importadas desde otros rincones de España, según el pueblo paterno o materno de veraneo, hasta que el ritmo escolar y el frío nos atrapaba y recuperábamos los juegos de toda la vida. A ver quién no ha estado a punto de partirse el espinazo con el "cavall fort", la versión catalana de churro-mediamanga... A mi me dejaban jugar los chicos gracias a ser una alfeñique que saltaba como una pulga y tener un hermano mayor que hacía de base.

Y fuera del recreo, lo más interesante del curso sucedía cuando alguna profa o algún profe se lo curraba. Entonces contaba con toda mi atención raya rendida admiración, aunque eso no era frecuente. Lo normal era vivir en el tedio nueve meses que, poco antes de San Juan, acabarían en una entrega de notas, brillante para mi, regada con las lágrimas de casi todas mis compañeras ("acompáñame a casa que mi padre me mata y luego mi madre, ya verás.").

Así que, ¡otra vez verano!, ¡otra vez a descalabrarse las rodillas trepando para desmochar la morera del pobre vecino que jamás entendió como aquellos salvajes que invadían su jardín organizados a lo comando de la CIA se esforzaban tanto por alimentar obsesivamente con el fruto de su árbol a unos gusanos de seda cuya metamorfosis en mariposa tenía mal pronóstico sólo con ver la caja de zapatos con agujeros que les servía de cuna.

Montar hogueras de San Juan en julio, volar con la BH al aligerarla de cualquier elemento que no fuera imprescindible, incluidos frenos, que para eso estaba el pie pisando la rueda delantera. Aprender de los adultos de catorce, de dieciséis. Entrar en casa a mediodía a por el bocadillo para seguir jugando en la calle. Salir disparados, cada mochuelo a su olivo, al oír el coro de alaridos maternos llamando a retreta. Negociar bocadillo nocturno("vaaaa, y saco la basura y al perro") y a seguir jugando en la calle un par de horas más hasta el último aviso, esta vez paterno.
Sentir en la distancia una difusa letanía materna "Amparo los deberes, Amparo los deberes", una molestia que empezaba a mitad de julio y no cobraba cuerpo hasta la primera semana del temible septiembre, y vuelta a empezar.


Una semana antes de un fin de un curso volví a casa con los cuadernos de deberes para ese verano. Sin dejarme soltar la cartera, mi padre me llevó en volandas al colegio, a la vuelta de la esquina.
"Ángeles, este año mi hija no va a pasar el verano haciendo deberes. No los necesita." La directora y él discutieron cinco minutos sobre la necesidad o no de ser igual que los otros niños y la importancia crucial de repasar conceptos durante las vacaciones.

Fue a mis doce años. La dirección del colegio había comunicado unos días antes a mis padres que me habían concedido una matrícula de honor global, por el curso completo.

Regresé a casa, ya sin los Vacaciones Santillana, exenta de cualquier objetivo que no fuera embrutecerme con mis compañeros de correrías.
Mi padre debió ejercer como tal cinco o seis veces en toda su vida. Esta fue una de ellas, regalándome casi tres meses de absoluta libertad.



*
Carme Sánchez es una de esas personas que un día conoces por casualidad, o no, y luego te alegras mucho de que haya sido así. Tienes un enlace a su bloc en "Enlaces selectos".

4 comentarios:

Eva dijo...

Buf, qué recuerdos, mi cuaderno de Santillana/Teide era siempre el del curso superior para que no me resbalara pero aún así lo hacía, y eso que iba un año adelantada. Estas cosas ahora serían casi maltrato infantil pero entonces, con una madre y un abuelo maestros eran una jaula con letras.

Anónimo dijo...

¡¡¡Aaaaaah!!!

¡¡¡Gracias Amparo por recordarme como olían las Milan - Nata!!!

:D

Eva dijo...

Pero si yo todavía tengo milán nata... ¿vosotros no? Hasta hace poco tenía hasta un boli carioca con olor a naranja...

Carme Sànchez Martín dijo...

Bufa! Eres la primera persona que conozco a la que le han concedido una matrícula de honor global por un curso completo!

AH! Y yo también me alegro mucho haberte conocido!