por nuestro barrio. Para mi era la prueba del nueve manejando una silla de ruedas con una señora de metro setenta y peso muerto. Bajábamos a la calle en el ascensor de la clínica cuando vi que se miraba en el espejo y sonreía.
- Mamá, ¿a quién sonríes?
- Cuando a mi me sonríen, yo sonrío.
Mi madre era incapaz de reconocer su reflejo y estaba siendo amable con ella misma.
Los que no hemos tenido un infarto cerebral algunas veces tampoco somos capaces de reconocernos. Si pudiéramos sonreírnos a nosotros mismos, aunque fuese de lejos, a lo mejor no serían necesarias estúpidas sesiones con psiquiatras del seguro, y permíteme que no de nombres.
La madre que tuve ya no está, ahora tengo otra, pero sigo aprendiendo de ella.
El viaje en el espejo me encantó.
5 comentarios:
Nombres, yo quiero nombres...
(En esta anotación me has recordado al taxista nilibreniocupado)
Guapa, ¡qué estilazo que tine tu madre!
Infarto cerebral o no, lo cierto es que nos ha recordado a un@s cuant@s lo importante que es sonreir de vez e cuando.
Besos a las dos
Esto del cerebro es un gran enigma: tu madre no se reconoce, pero no ha olvidado ser educada...
Besos a las 3!!!
Te he leído y me he quedado sin palabras... Menuda lección!
1besoenorrrrrrrrrrme
N si la educacion venimos con ella de serie, eso ni formateando el disco duro desaparece.
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