lunes, 11 de febrero de 2008

El sábado salí con mi madre a pasear


por nuestro barrio. Para mi era la prueba del nueve manejando una silla de ruedas con una señora de metro setenta y peso muerto. Bajábamos a la calle en el ascensor de la clínica cuando vi que se miraba en el espejo y sonreía.

- Mamá, ¿a quién sonríes?
- Cuando a mi me sonríen, yo sonrío.

Mi madre era incapaz de reconocer su reflejo y estaba siendo amable con ella misma.
Los que no hemos tenido un infarto cerebral algunas veces tampoco somos capaces de reconocernos. Si pudiéramos sonreírnos a nosotros mismos, aunque fuese de lejos, a lo mejor no serían necesarias estúpidas sesiones con psiquiatras del seguro, y permíteme que no de nombres.

La madre que tuve ya no está, ahora tengo otra, pero sigo aprendiendo de ella.
El viaje en el espejo me encantó.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Nombres, yo quiero nombres...

(En esta anotación me has recordado al taxista nilibreniocupado)

Djabliyo dijo...

Guapa, ¡qué estilazo que tine tu madre!

Infarto cerebral o no, lo cierto es que nos ha recordado a un@s cuant@s lo importante que es sonreir de vez e cuando.

Besos a las dos

Carme Sànchez Martín dijo...

Esto del cerebro es un gran enigma: tu madre no se reconoce, pero no ha olvidado ser educada...

Besos a las 3!!!

roser_pen dijo...

Te he leído y me he quedado sin palabras... Menuda lección!
1besoenorrrrrrrrrrme

foscardo dijo...

N si la educacion venimos con ella de serie, eso ni formateando el disco duro desaparece.