Digan lo que digan sus carnets de socias del gimnasio, mis compañeras de gimnasia acuática son cyborgs de acero inoxidable o algo por el estilo. Son ocho y menos una, que dice tener mi edad pero le falta una sesión de chapa y pintura, el resto tiene como mínimo cincuenta y tantos. Bien, pues todas nadan como Willy recién liberado, vamos, que se las pelan de lado a lada de la pisci ¡y sin hacer pie! Iba a añadir, "que ahí está la gracia", pero en estas dos semanas aún no se la he descubierto. Dos días a la semana, empezamos a las 8 de la mañana sumergiéndonos en una piscina de agua no muy caliente. Con el frio que pela, llega la seño (Montse) y empieza a zarandearnos verbalmente. Y ¡hala!, el resto de la media hora no paramos de ir de aquí para allá, ahora con bracitos, ahora con piernecitas, ahora con una combinacion de extremidades que lástima de no haberme reencarnado en pulpo. Voy a terminar como el Mike Thysson, y si no ¡al tiempo!
Bueno, pero lo mejor son ellas. Está Lola, la capitana de la selección de waterpolo, que debe estar en la cincuentena rebasada y en pleno enero está más morena de lo que yo lo estaré en todos mis veranos futuros. Dolors, alma de pescadera y corazón de Induráin, que no para ni de moverse ni de hablar. Y luego, Dolores, setenta años confesados y el angelito se hace toda la clase del tirón. Digo ésto porque una servidora ha tenido que resoplar apoyada en el borde de la piscina un par de veces, mientras ellas, las cyborgs, me deban ánimos: "¡na, mujé, qués mu temprano, 'ija!". Pues ellas deben ir con la hora de Melbourne, porque no relajaban el ritmo ni por asomo. Claro que en todos los grupos hay una excepción, y en éste es la otra que nació en el 63 (dice ella, pero no me creo nada.) Se queja desde que entra en el agua hasta que sale de la piscina. "Qué frío", "qué dolor" (en eso la entiendo), "qué cansada" (en eso también, la verdad.) ¡Cómó le gusta quejarse en voz alta! Si tiene pareja, a estas alturas debe estar en la legión extranjera y borrando las pistas que delaten su posición. ¡Qué pesada!
La seño es estupenda, claro que ella no tiene que mantener una posición más o menos digna dentro del agua a ritmo "devuélvemelavidaquemelasquitao". Y lo peor, además de ser la pequeña del grupo, soy el hazmerreír. El jueves pasado la seño nos indicó un ejercicio (fruto de una mente maligna, por cierto) y me fui al fondo, pero eso, nada. Lo malo vino cuando, al sintetizar lo ridículo de mi situación, me puse a reir mientras me hundía. Joder, se me pasó la risa de golpe. Cuando saqué la cabeza estaba la pandilla Cocoon mirándome ¡y riendo! pero ellas sin hundirse. Menos mal que, al menos, Dolores, la septuagenaria, me cuida. Al salir del gimnasio, tras ver el lío que me hice con el torniquete y las asas de la mochila, amablemente me aguantó la puerta y logré abandonar el recinto sin más percances.
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