lunes, 26 de mayo de 2008

Susanalacuidadora es un sol. Se lleva muy bien con mi

madre --y mi madre con ella, que es casi más importante--, se está acostumbrando a mi perra, aunque no hasta el punto de dejarla hacer la siesta sobre sus piernas, y plancha toda la ropa que lavo, lo que es mucho planchar sumando sábanas, toallas y demás. Susana no tiene desperdicio, hasta el punto que hemos estado a punto de ser objetos de estudio por parte del Ministerio de Medio Ambiente como increíbles filtros humanos para biocarburante.

La cosa empezó una noche, cuando fui a verter el aceite usado para freír unas croquetas en una garrafa de cinco litros que en su tiempo contuvo agua de manantial y ahora recibe, además del aceite sobrante de frituras variadas con o sin tropezones, el exceso de escabeche de latas de atún amén de otros fluidos indefinibles de cualquier conserva que lleve una base oleosa.

Sartén en mano derecha, garrafa en mano izquierda, comprobé extrañada que el nivel de aceite reciclado había bajado. Cual Doble Núcleo, en un instante mi cerebro unió dos imágenes: la de la garrafa y la de un cuenco que utilizo para guardar y reutilizar el aceite una o dos veces hasta su destino final: la garrafa de marras. Aproximadamente, calculé que llevaba una semana observando que en el cuenco --chino para más señas, con el dibujo de un dragón parecido a un Setter azul-- el aceite no era amarillo vibrante sino rojizo y de oscuro e inconcreto poso. A lo largo de siete días, mi inteligencia sobrehumana relacionó el color del aceite del cuenco con las costumbres culinarias de Susana, boliviana de nacimiento, y no le di más importancia.

Mirada al cuenco. Mirada a la garrafa. De vuelta al cuenco y, aún dudando, llamé a Susanalacuidadora:
- Buenas noches Susana (educación ante todo), ¿con qué aceite estás cocinando? ("desde hace quince días", callé).
Susana, que debió pensar "rara es esta mujer que me llama a las once de la noche para una pregunta tan tonta, ellasabrá", contestó diligente:
- Con el de la garrafa.
En ese momento, mis encías se replegaron sobre sí mismas, bubas y bubas empezaron a estallar en mi imaginación por toda mi piel y le contesté:
- Te voy a matar.

Susana rió (ya la había amenazado de la misma forma si rompía el televisor de plasma, si rompía el portátil, si rompía la jarra de la cafetera y si rompía alguna que otra cosilla) y dijo: - Ah, yaaaaa meeee extrañabaaaaa.
Pues si te extrañaba ¡por qué no me preguntaste, alma de cántaro? Imagino que debió relacionar el color y los posos marronuzcos del aceite de la garrafa con mis costumbres culinarias, catalana de nacimiento.

Ninguna buba ha estallado en la piel de nadie de mi casa pero mi madre está cada vez más despierta y atenta a cualquier estímulo. Puede que influyan las tres sesiones de fisio semanales, o las dos de reflexo. O que sale a pasear cada mañana. Quizá también que colorea dibujos y que no para de venir gente a verla y charlan. Lo que jamás sabremos es la influencia que haya podido tener en su estimulación cognitiva el que haya ingerido parte del contenido de la garrafa maldita. ¿Positiva? ¿Negativa? ¿Diferente? Lo seguro es que, desde la noche en que descubrí que faltaba aceite reciclado, por llamarlo de alguna forma, Susanalacuidadora cocina con aceitecarbonell de botella, amarillito, del de toda la vida. Lo usa dos veces y lo vierte religiosamente en la garrafa de reciclaje. Y yo no le quito ojo al nivel del recipiente, por lo que pueda pasar.

1 comentario:

Laura Abella dijo...

jeejeje....¡quien sabe!
con casualidades no muy diferentes se han descubierto grandes cosas!