Era una Scoppy roja, astrosa y llena de cicatrices, que funcionaba estupendamente bien. Anoche la dejé aparcada delante de casa, como siempre. Esta noche, como llovía, me moví en taxi, y la verdad, no me di cuenta de si estaba o no. Acabo de llegar a casa y voló para siempre. Incluso he dado una vuelta a la manzana por si me había vuelto loca, o por si llegaba el milagro y aparecía en algún rincón extraño. Pero no. Mañana iré a denunciar el robo. Espero que esta vez los Mozos de Escuadra no me tomen por la criminal, como solía hacer la Nacional con cualquiera que entraba en una comisaría.
Hay dos cosas chungas en esta historia; una: que no puedo comprarme otra de momento. Dos: que hace un par de días soñé que me robaban la moto. En el sueño la había aparcado en un barrio chungo, iba a buscarla y sólo encontraba el manillar y la rueda delantera atados a una farola.
Mi pobre moto. Sólo han podido robarla para llevarse piezas, porque hay cincuenta motos mejores aparcadas en la misma cera. Espero que quien la monte o aproveche piezas de mi moto sufra un accidente que le deje tetrapléjico un mínimo de treinta años. Y que ni su familia ni sus amigos le ayude a librarse de esa condena. Hijo de puta.
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