viernes, 13 de octubre de 2006

Voy a llegar tarde a una cena porque he tenido que

practicar una autopsia a un pollo y me he tirado media hora. Una servidora, que es muy lista y por ahorrar dos euros ha comprado un pollo entero. Jamás hubiera imaginado la cantidad de cosas que trae un pollo que no son propiamente pollo, vamos, que el bicho va más alla de dos patas, dos alas y dos pechugas. De serie viene con un estómago lleno de cosa amarillenta (a la basura), corazón, riñones y otra cosa redonda también sanguinolenta (a la basura los cuatro), hígado (marrón) con hiel (verde). He tirado la hiel y un trozo de hígado, por si se había contaminado. Y hay otra cosa gorda y redonda dentro, que no he logrado adivinar a qué correspondía. Espero que no fuera un mp3 de regalo camuflado porque también está en la basura.
La columna vertebral que va también para el caldo, a la basura, porque ha quedado aún más fraccionada que las víctimas de Jack el Destripador. Las alas (2), el cuello (hay que ver el cuello, lleno de tubos transparentes y resbalosos) y un trozo de algo lo he guardado por si da para una taza de consome. Las patas sin piel y las pechugas, sin piel y abiertas de tal forma que al final me pedían clemencia, las he guardado.
Bien, lo he hecho, he sido capaz. Hala, ahora a por el próximo reto: tirarme en paracaidas (o encontrar trabajo.) Pero pollo entero, nunca más. Y menos mal que venía muerto. Pobre bestia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Puajjjjjjj!!!!! Con la de pollos que matamos en el trabajo sólo nos falta tener que matarlos también en casa.


El usuario anónimo Silvia.

Eva dijo...

a mí me gustaba destriparlos de niña, con las tijeras en plan operación autopsia, la primera vez que lo hice fue sin permiso de nadie y fliparon de que hubiera cortado por donde tenía que cortar. Una niña rara, ya.